viernes, 14 de octubre de 2016
sábado, 27 de agosto de 2016
XLVII : Dios Padece En Ellos, por Amado Nervo
Cuando se subleva toda la piedad que llevas en tu alma, ante los padecimientos de tus hermanos superiores e inferiores, de los hombres y de las bestias, piensa que Dios padece en ellos.
Dios llora en cada lágrima de hombre o de mujer, sonríe en cada sonrisa, canta en cada canción.
Dios tiene la piedad en tu corazón y en todos los corazones humanos.
La naturaleza no es cruel como dicen, puesto que tú eres una parte de ella, la mejor parte, y sientes compasión.
La naturaleza no es sensible, puesto que la Especie entera es un joyel, tiene sensibilidades infinitas.
La naturaleza es inmensamente misericordiosa y tierna: suma si lo dudas toda la misericordia y la ternura que hay en los cientos de millones de madres que pueblan el planeta, y piensa también en las bestias, cuyo amor maternal las lleva hasta morir por sus crías. En verdad ellos no saben que aman con amor tan heroico, pero lo sabe Dios que de esta suerte ama y sufre en ellas...
Capítulo del libro Plenitud
sábado, 23 de abril de 2016
Mi abuelo no se ha ido
¡Un Abuelo que, ante todo, nunca dejó de sonreír! Gran lección nos deja querido abuelo, gracias por su alegría, entusiasmo, lucha, perseverancia, caballerosidad, y tantas cosas más... Que su buen ejemplo sea vida en la mía, ¡gracias por todo! ¡Nos vemos en el Cielo!
María Verónica López Rosales
Mi abuelo no se ha ido.
Como lo indica mi prima María Verónica, mi abuelo nunca dejó de sonreír. Yo me acuerdo, cuando era niño, siempre buscaba establecer una conversación conmigo, desde el saludo. Y yo soy complicadísimo para conversar con alguien, porque no escucho bien, porque amo los libros y porque en un mundo lleno de ruido y de gente acostumbrada al mismo ni con esfuerzo entiendo lo que me dicen. Y no me quejo, más bien le agradezco a Dios por el don que me dio. El ruido es una pérdida de tiempo de la que no tengo deseo de ser parte.
De muy pequeño, siendo el nieto número 4, no sé si yo fui el primero, quizás el único, no sé, que le dijo que no le gustaba que le saluden con beso. Él no se molestó, se rió, en los siguientes saludos se acordó, sin dejar de sonreírme, ni dejar de conversarme ni tomarlo como un rechazo, que nunca fue tal, yo estaba feliz de visitar a los abuelos. Más bien intuyo que algunas señoras que me empaparon la mejilla debieron provocarme el rechazo a ese saludo.
Lo que sí recuerdo es que le dije eso en la sala del segundo piso, donde tenía la televisión, cuando fui con mi familia a visitarle a su casa, por el Condado, donde hacía bastante frío. Una casa gigante, cuyo segundo piso se ubicaría a más de tres metros del primer piso. Y en esa sala, yo veía altísimo el techo, con lámparas colgantes antiguas.
Mi abuelo usaba lentes grandes, vestía saco de terno, pantalón y tenía aprecio por las cosas antiguas, de clase. El diseño y la tela de los sillones de la casa. Los juegos del comedor y de la vajilla. Los múltiples adornos. Las pequeñas estatuas de porcelana o de bronce, de un campesino o de un dios griego. El estudio, con un escritorio precioso, un librero lleno de libros sin igual y otros adornos de colección. Y por carros, siempre tuvo un Mercedes o una gran camioneta.
Recuerdo con mucha alegría las mañanas de Navidad con toda la familia, de ese momento, porque la familia seguiría multiplicándose. El reencuentro con los primos, los regalos, la comida. Una vez yo me quejaba con mi mamá de que me regalaran ropa cuando a mi primo le dieron una metralleta.
Aún más grandes, sin embargo, son mis recuerdos de la hacienda del abuelo en Santo Domingo, donde en una casa, que antes fue empacadora de plátanos, se acomodaron cuartos para que en cada uno entre una familia entera de sus hijos. Y nos íbamos prácticamente todos los feriados. Recuerdo los paseos a caballo para arrear vacas, en la selva cálida, húmeda y nublada, de palma africana. Las fiestas de la piscina. Las quemas del año viejo. Los carnavales más brutales. La semana santa y la imagen de la Virgen María con el pie sobre el dragón, frente al enorme comedor, donde se comía delicioso. Recuerdo a mi abuelo vestido con pantalón, camisa y sombrero, a lado de su camioneta, delante de la piscina, con el color verde de las palmeras al otro lado de la quebrada, del cielo blanco siempre constante.
Como dije al principio, yo tengo mucho amor por los libros. Por las historias, por la poesía, por llamar a nuestro mundo interior a mostrarnos un invisible camino hacia la belleza de todas las cosas. Bien puede un niño que nunca ha pisado un castillo, montar sobre una yegua a galope en las selvas de la hacienda del abuelo y con el aire contra el rostro, soñar que cuando crezca derrotará dragones y perder todo miedo, pues, porque su alma se ha vestido con cota de malla.
Fue hace poco que entendí el culto a los ancestros, a los antepasados. De rendir respeto a los mayores, a los que se fueron, a los que se fueron antes y así no hayamos conocido materialmente, los conocimos por memorias de nuestros propios padres o abuelos. En recordarlos, en narrar sus aventuras y hazañas, aprendemos de sus decisiones y errores y nos conocemos más a nosotros mismos, pues de ellos venimos y como ellos serán nuestros hijos.
No tenemos demasiado mundo por recorrer más allá de nosotros mismos y los nuestros. Más bien, yo tengo la necesidad de recoger memorias del abuelo que van más allá de mí, pues es en su imagen de mis memorias que lo pienso divino, que lo pienso en el Cielo, tal como así imagino a mi abuela Nellita, cada vez que ríe en mi memoria y me contagia su felicidad. Claro que mi imagen favorita del abuelo, con la que le imagino en su hacienda en el Cielo, es de cuando agarró su escopeta cortada y por puro gusto dio un disparo al aire que hizo temblar toda la casa.
Una vida sencilla, dice Tolkien, no tiene nada de malo. Quizás, en una conversación imaginaria, Nicolás Gómez Dávila añade que la brevedad de la vida no angustia cuando en lugar de fijarnos metas, nos fijamos rumbos. Entonces Chestertón dice que la cosa más extraordinaria del mundo es un hombre ordinario, con su esposa ordinaria y sus niños ordinarios, porque a este hombre ordinario siempre le ha importado más la verdad que la consistencia, y que este hombre ordinario con su mujer ordinaria y sus hijos ordinarios literalmente alteran el destino de las naciones. Que este hombre ordinario ha sido un místico y ha permitido el crepúsculo. En este punto de la conversación, Tolkien deja su pipa de tabaco, echa una voluta de humo y añade que sobre todas las sombras cabalga el Sol.
Mi abuelo no se ha ido. Mi abuelo vive en el Cielo. Mi abuelo vive en mí.
Leído al final de la misa por mi abuelo José Rosales Burbano, en la mañana del 9 de abril de 2016
lunes, 15 de febrero de 2016
Herido de Amor, por San Prophyrios
Deléitate en todas las cosas que nos rodean. Todas las cosas nos enseñan y
nos llevan a Dios. Todas las cosas a nuestro alrededor son gotas del amor de
Dios – ambas cosas, animadas e inanimadas, las plantas y los animales, los
pájaros y las montañas, el mar y el atardecer y el cielo estrellado. Ellos son
pequeños amores con los cuales obtenemos el gran Amor que es Cristo. Las flores,
por ejemplo, tienen su propia gracia: ellas nos enseñan con su fragancia y con
su magnificencia. Ellas nos hablan del amor de Dios. Ellas dispersan su
fragancia y su belleza sobre pecadores y sobre justos.
Para que una persona se convierta en
cristiano debe tener un alma poética. Debe convertirse en un poeta. Cristo
no desea almas insensibles en su compañía. Un cristiano, si bien solo cuando
ama, es un poeta y vive en medio de poesía. Los corazones poéticos abrazar el
amor y lo sienten profundamente.
Haz los momentos más hermosos. Los momentos hermosos predisponen al alma a
la oración; la vuelven refinada, noble y poética. Despierta en la mañana para
ver el sol levantarse desde el mar como un rey vestido de real púrpura. Cuando
un paisaje encantador, una capilla pintoresca o algo hermoso te inspire, no
dejes las cosas ahí, pero ve más allá para dar gloria por todas las cosas
hermosas de modo que lo puedas experimentar a Él quien solo atrae la belleza.
Todas las cosas son sagradas – el mar, nadar y comer. Deléitate en todas ellas.
Todas las cosas nos enriquecen, todas nos llevan al gran Amor, todas nos llevan
a Cristo.
Observa todas las cosas hechas por el hombre – casas, edificios grandes o
pequeños, pueblos, villas, gentes y sus civilizaciones. Haz preguntas para
enriquecer tu conocimiento acerca de cada cosa y todo; no seas indiferente.
Esto te ayuda a meditar más profundamente en las maravillas de Dios. Todas las
cosas se convierten en oportunidades para nosotros unirnos más de cerca con
todo y con todos. Ellos se convierten en ocasiones para dar gracias y orar al
Señor de Todo. Vive en el medio de todo, naturaleza y el universo. La
naturaleza es el Evangelio secreto. Pero cuando uno no posee gracia interior,
la naturaleza no beneficia. La naturaleza nos despierta, pero esta no puede
llevarnos al Paraíso.
Traducción del texto Wounded By Love [On Creation, page 218] de San Prophyrios
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