domingo, 9 de abril de 2017

Domingo de Ramos

Hay personas que hablan de la utilidad de la cultura (tradúzcase de la neolengua "cultura" como "religión", palabra cuasi prohibida si no es para rechazar) en los pueblos, desde posiciones bien curiosas:

1. Yo no lo necesito, pero ellos sí y si funciona "una religión con dioses o monoteísta sin religión, mejor". Solo falta añadir "nómbrenme administrador de religiones en el ministerio de cultura", aunque habrá quien diga que cualquier cultura se puede ofertar en un mercado.

2. Podemos escoger cuál, a unos les "gusta" el cristianismo, otros el paganismo. Y hay quien aboga por la proliferación de uno u otro masivamente, para mantener un orden social y evitar un caos entre los "humildes" que si no vieran nada sobre sus cabezas, se rebelarían contra los pretendientes de ser élites. Más gracioso todavía es que los ponientes de varias de estas posturas son nihilistas, sino ateos o no practican religión y si lo hacen es solo para guardar las formas, y de cuando en cuando abogan por un fuego que se lo lleve todo.

Pero todo esto, como se ve, es un sinsentido.

Mircea Eliade, en su libro El Mito del Eterno Retorno, ya explicó que el ritual religioso es, y de forma insustituible, el contacto directo entre este mundo mortal y el eterno. En la Eternidad, este contacto ocurre una sola vez, así sea que en este mundo ocurra todos los días de una sola persona. Lo Eterno no se consume y por ende, debe descartarse de cualquier análisis de la escasez, de la venta y el consumo. 

Desde luego, esto no quita que hay prácticas profanas, que resultan en alejarse de la religión, del ritual y de lo divino, que buscan vender "religiones" y obtener ganancias de ello, pero debe quedar claro que las dos cosas son completamente diferentes.

Pero estas prácticas profanas no son tan distintas de lo que proponen las personas a las que me refiero desde el inicio del texto.

Habrá a quien le encante la mitología nórdica y desearía dioses guerreros del Valhalla al frente de nuestros corazones. Pero tan solo desea, porque no ha sido escogido por ningún dios. 

(Hubo un católico tradicionalista, amante de la misa tridentina, que tenía muchísimo cariño por los relatos de la divinidades vikingas, les hizo homenaje en su obra y se apellidó Tolkien, pero esto es una historia para otra ocasión).

Y este es el quid del asunto. Todos estos ponentes llenos de deseos son mortales también. No han recibido el llamado de ningún dios. Mucho menos han sido escogidos por Dios. Porque es Dios quien llama y entre los llamados escoge a pocos y entre estos a pocos, a ninguno cegado por su soberbia. Nadie puedes escoger su dios, solo engañarse con ilusiones.

Hay hasta aquel que rechaza toda religión porque se cree un dios, de antemano, sin haber hecho ningún mérito para ganarse un puesto en el otro mundo. Como si hubiera algún almuerzo gratis, como si hubiera alguna eternidad gratuita. 

Mas, todas las alas cera se derriten como las de Ícaro, a quienes olvidan dónde está El Más Grande. Todos los ojos enceguecen si no bajan la mirada frente al Sol. 

Es casi imposible, la verdad, no sentir compasión por quienes no quieren ver nada de lo sagrado en el calor de la estrella que nos mira cada día. Como si hablar de leyes de la física y los números fuera algo separado de esto.

Mas, ¿acaso no son las propias matemáticas la prueba aniquiladora de todas las posturas pragmáticas, la cachetada a todos quienes solo pueden ver para creer?

Dos más dos es cuatro, le decimos a un niño, mira tus dedos y cuenta. No nos hacemos entonces ningún problema en decir: doscientos más doscientos es cuatrocientos. Como si fuera posible conocer a ese hombre extraño que primero cuenta con las manos doscientos más doscientos antes de lanzarse a una aventura detrás de una estrella. 

No es ceguera la de quien hace uso de las más sencillas matemáticas para hablar de números más grandes que los dedos, es el reconocimiento de unos principios que van más allá de la materia, posteriores a esta y a toda declaración "científica" llena de suposiciones, que no pasan de manifiestos ideológicos, hambrientos de ser adorados como los últimos dioses, aunque cada cierto tiempo solo logran probar el más grande secreto a voces de todos: que sabemos menos de lo que creíamos y no hay sino un perenne misterio.

¿Acaso no supieron ustedes, queridos lectores, del científico ecuatoriano, aparentemente muy honesto consigo mismo, quien declaró la inexistencia de pruebas frente a la declaración sobre los orígenes del calor como proveniente del sol, a mediados del siglo XX? Busquen sus publicaciones sobre "el sol frío". ¿Acaso no supieron ustedes, recién en el año 2007 se pudo probar esto: el calor proviene del Sol?

Mas, ¿cómo supimos y sin tener duda alguna, de la caricia del Sol  en su calor, durante tanto y tanto tiempo? Invito a dudar de los escépticos, porque parecería que no son capaces de ser escépticos de sí mismos. Invito a dudar de los cínicos, pues ya se dieron por vencidos.

Siento mucho decirles a todas estas personas: si Dios te ha llamado (y Él llama a todos) y no has respondido, tu vida mortal no será otra cosa, sino un no tan largo refugiarse en las sombras, para no ser tocado por el Sol.

Dios los bendiga a todos y grande sea su gloria.
Amén.