Todo el imponente materialismo que domina a las mentes modernas descansa ulteriormente en una presunción; en una presunción falsa. Se supone que está muerta una cosa que constantemente se repite; algo como un engranaje relojero. La gente siente que si el mundo fuera personal variaría; si el sol tuviera vida, bailaría.
Esto es un sofisma, aún si se le relaciona con hechos conocidos. Porque en los asuntos humanos, la variación generalmente la introduce la muerte y no la vida; el decaimiento o el quebranto de la fuerza o el deseo.
Un hombre varía sus movimientos por un leve elemento de fracaso o de fatiga. Se sube a un ómnibus porque está cansado de caminar o camina porque está cansado de estarse quieto. Pero si su vida y su alegría fueran tan gigantescas como para no cansarse nunca de ir a Islington, podría ir a Islington tan regular y continuadamente como el Támesis va a Sheerness. Y la misma velocidad y el éxtasis propios de su vida llegarían a la quietud de la muerte.
El sol se levanta cada mañana; yo no me levanto cada mañana, pero lo que me diferencia de él no es mi actividad sino mi inacción. Y para exponer el punto en una frase popular, podría decir que el sol se levanta regularmente porque nunca se cansa de levantarse. Podría observarse lo que quiero decir, por ejemplo en los niños, cuando descubren un juego o una broma que les proporciona especial alegría. Un niño se golpea rítmicamente los talones, a causa de un desborde y no de una carencia de vida. Porque los niños rebosan vitalidad por ser en espíritu libres y altivos; de ahí que quieran las cosas repetidas y sin cambios. Siempre dicen 'hazlo otra vez'; y el grande vuelve a hacerlo aproximadamente hasta que se siente morir. Porque la gente grande no es suficientemente fuerte para regocijarse en la monotonía. Pero tal vez Dios sea bastante fuerte para regocijarse en ella. Es posible que Dios diga al sol cada mañana: 'hazlo otra vez', y cada noche diga a la luna: 'hazlo otra vez'.
Puede que todas las margaritas sean iguales, no por una necesidad automática; puede que Dios haga separadamente cada margarita y que nunca se haya cansado de hacerlas iguales. Puede que Él tenga el eterno instinto de la infancia; porque pecamos y envejecimos, y nuestro Padre es más joven que nosotros. La repetición en la naturaleza puede no ser un mero recomenzar; puede ser un teatral 'todavía'. El Cielo puede decir 'todavía' al pájaro que puso un huevo.