No crees en nadie porque todos sirven a sus propios intereses, dijiste, y te quedaste decepcionado. Pero quisieras creer otra vez, ¿no cierto? Sin embargo, estás demasiado cansado.
Muy pesado es subir a una montaña y una vez arriba verla reventar como una burbuja y caer con ella. ¿Para qué te vas a levantar de nuevo, si ya sabes de tu muerte, sin salida, de la poca solidez de las cosas, de la ausencia de la eternidad en este universo de pura entropía?
Pero ¡cómo quisieras la eternidad! El perpetuo descanso. La dicha y la paz duraderos, el gozo sin fin.
¿Por qué habrías de querer estas cosas, si piensas que estas cosas no son sino una ilusión, un engaño, una zanahoria para un burrito manipulado?
Te pregunto yo, ¿cómo pudieron engañarte sobre estas cosas para desearlas, en primer lugar, sin nunca haberlas conocido?
Esa es la cuestión, ¿verdad? Esas cosas sí existen o no podrías desearlas ni tendrías idea de cómo satisfacen.
Pero sí sabes. Sólo no ves cómo volver a ellas. Cómo regresar. Por eso has decidido dejarte convencer sobre la inexistencia de estas cosas que nunca podrás olvidar.
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